lunes, 16 de abril de 2007

El Zen

Extractos del libro: Introducción al budismo zen; De Suzuki

Que es el zen?

Este estado de conciencia interior, acerca del cual no podemos efectuar ninguna afirmación lógica, debe comprenderse ante de que podamos tener cualquier charla inteligente sobre el zen. Las palabras son sólo un índice de este estado, a través de ellas nos capacitamos para introducirnos en su significación, pero sin considerar las palabras como guía absoluta. Trate de ver en primer lugar en qué estado mental actúan los maestros del zen.
Ellos no siguen todos esos absurdos, o, como algunos dirían, esas tontas trivialidades, sólo para satisfacer sus caprichosos temperamentos. Cuentan con cierta base firme de verdad obtenida por una profunda experiencia personal. En todos sus actos aparentemente descabellados hay una demostración sistemática de la verdad más vital. Cuando se los ve partiendo de esta verdad, hasta el desplazamiento de todo el universo no es más importante que el vuelo de un mosquito ni el giro de un ventilador. Lo que importa es ver un espíritu que trabaja en todos estos, lo cual es una afirmación absoluta, sin partícula alguna de nihilismo. Página 67

Kyogen (Hsiang-Yen) dijo: “Supón que un hombre suba a un árbol, se aferra a una rama con los dientes y todo su cuerpo queda así suspendido. Sus manos no se asen a nada y sus pies están lejos del suelo. Entonces llega otro hombre y le pregunta al que está en el árbol acerca del principio fundamental del budismo. Si el hombre del árbol no contesta, desatiende a quién le formula la pregunta; si procura contestar, perderá la vida. ¿Cómo puede librarse de su aprieto? “ Si bien esto reviste la fórmula de una fábula, se asemeja a otros ejemplos ya citados. Si se abre la boca tratando de afirmar o negar, uno está perdido. El zen ya no está allí. Pero permaneciendo en silencio tampoco lo estará. Ni la piedra que allí yace silenciosa, ni la muda flor que brota bajo la ventana, entienden el zen.
Debe haber cierto modo en el que el silencio y la elocuencia se identifican, vale decir, donde la negación y la afirmación se unifican en una forma superior de aseveración: Cuando alcanzamos esto, conocemos el zen. Página 89


El zen aborrece la repetición o imitación de cualquier índole, porque mata. Por la misma razón el zen nunca explica sino que siempre afirma. La vida es un hecho y ninguna explicación es necesaria ni pertinente. Explicar es excusar ¿ y porqué hemos de excusar la vida? Vivir……..¿ya no es bastante? ¡Vivamos entonces, y afirmemos! Aquí está el zen en toda su pureza al igual que en toda su desnudez. Página 90


¿El zen no puede demostrarse de modo que el maestro pueda producir a todos sus discípulos a la iluminación a través de la explicación? ¿El satori es algo incapaz de análisis intelectual? Efectivamente, es una experiencia que ningún bagaje explicativo ni argumentativo puede tornar transmisible a los demás a no ser que éstos la hayan tenido previamente. Si el satori respondiese al análisis en el sentido de que, al actuar de este modo, se torna perfectamente claro para otro que nunca lo tuvo, aquel satori no será satori. Pues un satori conceptualizado deja de ser satori; y ya no se tratará de una experiencia zen. Por lo tanto, todo cuanto podemos hacer en el zen a guisa de instrucción es indicar, o sugerir, o mostrar el camino de modo que la propia atención se dirija hacia la meta. En cuanto al logro de la meta y alcance de la cosa misma, esto debe efectuarse con las propias manos, pues nadie más puede realizar eso por uno. En cuanto a la indicación, está por doquier. Cuando la mente humana esta madura para el satori, éste cae sobre uno por doquier. Un sonido inarticulado, una observación inteligente, una flor que brota, o un incidente trivial como un traspié, son la condición o la ocasión que abrirá la mente al satori. Aparentemente, un suceso insignificante produce un efecto que, en importancia, está por completo fuera de proporción. Al contacto luminoso de un cable incandescente sigue una explosión que conmueve los cimientos mismos de la tierra. Todas las causas, todas las condiciones del satori están en la mente; meramente esperan la maduración. Cuando la mente está lista por una razón u otra, vuela un pájaro, suena una campana, y al instante ud retorna a su hogar original; vale decir, ud descubre su nuevo yo real. Desde el mismo principio no se le privó de nada, todo cuanto deseaba ver estuvo allí todo el tiempo ante ud, sólo que ud cerraba el ojo ante el hecho. Por lo tanto, en el zen no hay nada que explicar, nada que enseñar, nada que se añada a su conocimiento. A menos que ud lo desarrolle, ningún conocimiento realmente le pertenece: es sólo un plumaje prestado. Página 117

Cuando Tokusan (Te-shan) logró observar íntimamente la verdad del zen, de inmediato sacó todos su comentarios sobre el sutra del Diamante, que otrora tanto valoraba y consideraba indispensables llevándolos por dónde quiera fuese, y quemó los manuscritos, reduciéndolos a cenizas. Exclamó: “ Por mas profundo que sea el propio conocimiento acerca de la abstrusa filosofía, es como un trozo de cabello que vuela en la vastedad del espacio; por más importante que sea la propia experiencia acerca de las cosas mundanas, es como una gota de agua lanzada en un abismo insondable.” Página 120

Sin el logro del satori no se puede ingresar en la verdad zen. El satori es el resplandor repentino dentro de la conciencia de una nueva verdad hasta entonces no soñada. Es una especie de catástrofe mental que tiene lugar por completo, de repente, tras mucha acumulación de materias intelectuales demostrativas. Esta acumulación alcanzó un límite de estabilidad y todo el edificio cae al suelo cuándo se abre un nuevo cielo para su plena observación. Cuando se alcanza el punto de congelación, el agua se convierte en hielo de repente; el líquido súbitamente se convierte en cuerpo sólido y no fluye más en libertad. El satori se abate sobre un hombre desprevenido, cuando siente que ha agotado todo su ser. Religiosamente, es un nuevo nacimiento, intelectualmente, es la adquisición de un nuevo punto de vista. Entonces el mundo aparece como si vistiera un nuevo atuendo, que parece cubrir todo lo desagradable del dualismo, que se llama ilusión según la fraseología budista.
Página 121

Jesús dijo: “Cuando des limosna, que tu mano izquierda no se entere lo que hace tu derecha; que tu limosna sea en secreto.” Esta es la “ virtud secreta “ del Budismo. Pero cuando el relato prosigue diciendo que “ Tu Padre que ve lo secreto te recompensará” , vemos una profunda brecha entre el Budismo y la Cristiandad. Mientras haya cualquier pensamiento sobre alguien, sea Dios o el demonio, que sepan de nuestras acciones y las recompensen, el zen dirá: “ Todavía no eres uno de nosotros.” Las acciones que son producto de tales pensamientos dejan “huellas” y “sombras”. Si un espíritu sigue sus acciones, en ningún momento lo atrapará ni le hará rendir cuentas de lo que ha hecho; el zen no tiene nada de esto. La tela inconsútil no muestra costuras por dentro ni por fuera; es una pieza completa y nadie puede decir dónde se inició el trabajo y cómo fue tejida. Por lo tanto, en el zen no han de quedar detrás huellas de autopresunción o autoglorificación incluso después de obrar bien, y mucho menos el pensamiento de recompensa, ni siquiera de parte de Dios. Página 169


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