UNA
PAUSA PREÑADA
— Consideraciones
sobre la crisis del corona virus —
Ya
vivíamos una crisis general global, pero la mayoría apenas tenía
una vaga conciencia de ello porque se manifestaba en una confusa
serie de crisis particulares — social, política, económica,
ambiental. El cambio climático es la más trascendental de estas
crisis, pero es tan complejo y tan gradual que resulta fácil
ignorarlo para esta mayoría.
La
crisis del corona ha sido repentina, innegable e ineludible. También
se está produciendo en un contexto sin precedentes.
Si esta
crisis hubiera tenido lugar hace cincuenta o sesenta años, habríamos
estado totalmente a merced de los medios de comunicación, leyendo
sobre ella en periódicos y revistas o sentados frente a la radio o
la televisión absorbiendo pasivamente las instrucciones y las
confortaciones que difundirían los políticos o los periodistas, sin
apenas posibilidad de responder, excepto quizás para escribir una
carta al director y esperar que se imprimiese. Por entonces, los
gobiernos podían salir airosos en asuntos como el incidente del
Golfo de Tonkín, pues pasaron meses o años antes de que la verdad
saliera a la luz.
El
desarrollo de las redes sociales durante las dos últimas décadas ha
cambiado esto drásticamente. Aunque los medios de comunicación de
masas siguen siendo poderosos, su impacto monopolístico se ha
debilitado y ha sido sorteado a medida que las personas se han ido
involucrando en los nuevos medios de comunicación interactivos. Esos
nuevos medios se utilizaron pronto de manera radical exponiendo
mentiras y escándalos políticos que antes habrían permanecido
ocultos, y finalmente desempeñaron un papel crucial en el
desencadenamiento y la coordinación de los movimientos de la
Primavera Árabe y Occupy de 2011. Un decenio más tarde, se han
convertido en una rutina para gran parte de la población mundial.
En
consecuencia, es la primera vez en la historia que un evento tan
trascendental ha tenido lugar siendo consciente de ello prácticamente
todo el mundo en el planeta al mismo tiempo. Y se está desarrollando
mientras gran parte de la humanidad se ve obligada a quedarse en
casa, donde difícilmente puede evitar reflexionar sobre la situación
y compartir sus reflexiones con los demás.
Las
crisis terminan siempre sacando a la luz las contradicciones
sociales, pero en este caso, con la atención mundial enfocada en
cada nuevo desarrollo, las revelaciones han sido especialmente
patentes.
La
primera y quizás la más llamativa ha sido el inesperado cambio de
las políticas gubernamentales. Como las “soluciones de mercado”
habituales son obviamente incapaces de resolver esta crisis, los
gobiernos se sienten ahora obligados a recurrir a la aplicación
masiva de soluciones que antes despreciaban como “irreales” o
“utópicas”. Cuando cualquiera, rico o pobre, nativo o
extranjero, puede propagar una enfermedad mortal, todo lo que no sea
asistencia sanitaria gratuita para todos es evidentemente una
idiotez. Cuando se cierran millones de empresas y decenas de millones
de personas son despedidas y no tienen perspectivas de encontrar un
nuevo trabajo, es obvio que las prestaciones de desempleo habituales
son irremediablemente insuficientes, y políticas como el ingreso
básico universal se vuelven no sólo posibles, sino prácticamente
inevitables. Como decía un sitio web satírico irlandés: “Con la
puesta de los hospitales privados a disposición del interés
público, el incremento de ayudas sociales para la gran mayoría de
la nación y la prohibición de los desalojos y la aplicación de una
congelación de los alquileres, los irlandeses tratan de entender
cómo es que al despertar esta mañana se encontraron en una idílica
república socialista”.
No hace
falta decir que nuestra situación está lejos de ser idílica.
Aunque Irlanda y muchos otros países han aplicado este tipo de
medidas de emergencia, cuando miramos más de cerca encontramos que
los sospechosos habituales siguen al mando, con sus prioridades de
siempre. Particularmente en los Estados Unidos, donde los primeros en
ser rescatados han sido los bancos y las corporaciones, ya que se
inyectaron varios billones de dólares en los mercados financieros
sin el más mínimo debate público. Más tarde, cuando se hizo
evidente que se necesitaba un rescate más general, la mayor parte
del dinero del rescate fue igualmente a esas mismas grandes empresas;
gran parte de la porción menor destinada a las pequeñas empresas
fue absorbida por las grandes cadenas antes de que la mayoría de las
verdaderas pequeñas empresas recibieran un centavo; y la asignación
para las familias trabajadoras normales y los desempleados fue un
pago único que apenas podía cubrir dos semanas de gastos normales.
Dando otra vuelta de tuerca, los gobernadores de varios estados han
tenido la inteligente idea de reabrir prematuramente algunos
negocios, privando a esos trabajadores del ingreso por desempleo si
se niegan a poner en peligro sus vidas.
El
sentido de tales rescates es que hay sectores que son supuestamente
tan esenciales que necesitan ser “salvados”. Pero no es necesario
salvar el sector de los combustibles fósiles, sino eliminarlo cuanto
antes. Y no hay razón para salvar a las aerolíneas, por ejemplo,
porque si quiebran pueden ser compradas por unos centavos por otra
persona (preferiblemente el gobierno) y reiniciar su actividad con
los mismos trabajadores y con las pérdidas a cargo de los anteriores
propietarios. Sin embargo estas industrias inmensamente ricas y
extremadamente contaminantes, y otras como ellas, están recibiendo
cientos de miles de millones de dólares para ”aliviar su crisis”.
Pero cuando se trata de cosas de las que depende la gente de clase
baja y media, de repente el mensaje es: “Tenemos que apretarnos el
cinturón y no aumentar la deuda federal”. Así, Trump sigue
presionando para que se recorte el impuesto sobre la nómina (lo que
sabotearía el Seguro Social y Medicare) y ha amenazado con vetar
cualquier rescate que preste alguna ayuda al Servicio Postal de los
Estados Unidos (aunque UPS y Fedex ya han recibido miles de millones
de dólares del dinero de los contribuyentes). Los republicanos han
intentado durante décadas llevar a la bancarrota y privatizar la
Oficina de Correos — del modo más flagrante en su ley de 2006, que
exige que Correos financie las prestaciones de jubilación de sus
empleados con 75 años de antelación (algo que ninguna otra entidad,
pública o privada, se ha visto obligada a hacer nunca) — pero la
singular vehemencia de Trump sobre este tema en este momento se debe
a su deseo de evitar que se vote por correo en las próximas
elecciones.
No hace
falta ser un genio para darse cuenta de que hay que dar prioridad a
las personas que están en el extremo inferior de la escala. Las
corporaciones multimillonarias no sólo no necesitan más dinero,
sino que si lo obtienen la mayor parte de éste no “goteará de
arriba a abajo”, sino que se saldará en refugios fiscales en el
extranjero o se utilizará para la recompra de acciones. Pero si cada
persona de clase baja y media recibiese, digamos, 2.000 dólares al
mes durante la duración de la crisis (lo que le costaría al
gobierno mucho menos que los actuales rescates de los súper ricos),
prácticamente todo ese dinero se gastaría inmediatamente en
necesidades básicas, lo que ayudaría al menos a algunas pequeñas
empresas a continuar sus negocios, permitiría a más gente mantener
sus puestos de trabajo, y así sucesivamente. Las pequeñas empresas
también necesitan ayuda inmediata (especialmente si se han visto
obligadas a suspender temporalmente su actividad durante la crisis) o
es probable que quiebren, en cuyo caso las grandes empresas y los
bancos las comprarán a precios de ganga, exacerbando así la ya gran
brecha existente entre unas pocas megaempresas en la parte superior y
todas los demás en la parte inferior.
La
crisis del corona ha evidenciado la negligencia criminal de muchos
gobiernos nacionales, pero la mayoría de ellos intentaron por lo
menos tratar de resolverla de manera algo seria una vez que se dieron
cuenta de la urgencia de la situación. Lamentablemente, no ha sido
así en los Estados Unidos, donde Trump afirmó al principio que todo
ello no era más que un engaño que pronto se desvanecería y que el
número de muertos estaría “cerca de cero”, y luego, después de
no hacer prácticamente nada durante más de un mes, cuando se vio
finalmente obligado a admitir que se trataba de una crisis realmente
grave, anunció que gracias a su brillante liderazgo “sólo”
morirían unos 100.000 o 200.000 estadounidenses. Meses después del
comienzo de la pandemia, todavía no existe una orden nacional de
permanencia en el hogar, ni un plan nacional para realizar test, ni
la adquisición y distribución nacional de suministros médicos para
salvar vidas, y Trump sigue restando importancia a la crisis en un
frenético esfuerzo por reiniciar la actividad lo suficientemente
pronto como para revivir sus posibilidades de reelección.
Dado que
su tardanza ya ha sido responsable de decenas de miles de muertes
adicionales, y dado que también preside un caos económico que no se
veía en América desde la Gran Depresión del decenio de 1930, en
circunstancias normales los demócratas no deberían tener problemas
para derrotarlo en noviembre. Pero como hizo hace cuatro años, el
stablishment del Partido Demócrata ha demostrado una vez más que
prefiere arriesgarse a perder ante Trump con una herramienta
corporativa para el mantenimiento del status quo que arriesgarse a
ganar con Bernie Sanders. Los programas de Sanders (Medicare para
todos, Green New Deal, etc.) eran populares entre la mayoría de los
votantes, y lo han sido aún más a medida que la crisis del corona
ha hecho más evidente su necesidad. El hecho de que tales reformas
de sentido común sean vistas como radicales sólo refleja lo
estúpidamente reaccionaria que es la política americana en
comparación con la mayor parte del mundo.
Mientras
tanto, como pronto quedó claro para casi todo el mundo que Trump no
tiene la más mínima idea de cómo lidiar con la crisis del corona,
excepto para mostrar sus increíbles conocimientos médicos y
presumir de sus índices de audiencia en la televisión, ha dejado
que cada cual se ocupe de ello por cuenta propia. Aunque algunos
gobiernos estatales y locales han ayudado, cabe señalar que muchas
de las respuestas más tempranas, amplias y creativas han sido
llevadas a cabo por la iniciativa de gente común y corriente:
jóvenes que hacen la compra a vecinos mayores y más vulnerables,
personas que fabrican y donan las máscaras protectoras que los
gobiernos dejaron de almacenar, profesionales de la salud que ofrecen
consejos de seguridad, personas con conocimientos técnicos que
ayudan a otros a establecer reuniones virtuales, padres que comparten
actividades para los niños, otros que donan a bancos de alimentos, o
que financian en masa para apoyar pequeños negocios populares, o que
forman redes de apoyo para prisioneros, inmigrantes, personas sin
hogar, etc.
La
crisis ha demostrado vívidamente la interconexión de las personas y
los países de todo el mundo, pero también ha revelado, para quienes
no eran conscientes de ello, que la vulnerabilidad no se comparte por
igual. Como siempre, los más desfavorecidos son los que más sufren:
personas en las cárceles o los centros de detención de inmigrantes
o que viven en barrios marginales abarrotados, personas que no pueden
practicar el distanciamiento social y que tal vez ni siquiera tengan
instalaciones para lavarse las manos de manera eficaz. Mientras que
muchos de nosotros podemos quedarnos en casa con sólo leves
inconvenientes, otros no pueden hacerlo (si es que tienen casa) ni
compartir contenidos a través de los medios sociales (si es que
tienen ordenador o un teléfono inteligente) porque se ven obligados
a seguir trabajando en “trabajos esenciales”, en condiciones
peligrosas y a menudo por un salario mínimo y sin beneficios, para
poder proveer comida, servicios públicos, entregas y otros servicios
a quienes se quedan en casa. (Véase el provocativo análisis de Ian
Alan Paul sobre el sector “doméstico/conectado” y el sector
”móvil/desechable” en El reinicio corona).
Los
trabajadores “móviles/desechables” suelen estar muy aislados y
son demasiado vulnerables para atreverse a luchar (sobre todo si no
tienen papeles), pero como sus trabajos son en su mayoría esenciales
tienen en este momento una influencia potencialmente fuerte, y no
sorprende que empiecen a utilizarla. Dado que se acumulan los
peligros y las tensiones, han perdido la paciencia, comenzando con
las huelgas generalizadas de gatos salvajes de marzo en Italia para
luego extenderse a otros países. En los Estados Unidos han estallado
protestas y huelgas entre los trabajadores de Amazon, Instacart,
Walmart, McDonald’s, Uber, Fedex, los trabajadores de las tiendas
de comestibles, los de la basura, los de la industria automotriz, los
de los asilos de ancianos, los trabajadores agrícolas, los
empacadores de carne, los conductores de autobuses, camiones y muchos
otros; las enfermeras y otros trabajadores de la salud han protestado
por la escasez de equipo médico; los trabajadores de General
Electric han exigido que se vuelvan a destinar las fábricas de
motores a reacción a la fabricación de ventiladores; las familias
sin hogar han ocupado edificios vacíos; se han iniciado huelgas de
alquiler en varias ciudades; y los presos e inmigrantes detenidos
están en huelga de hambre para visibilizar sus condiciones
particularmente inseguras. No hace falta decir que todas estas luchas
deben ser apoyadas, y los trabajadores de primera línea deben ser
los primeros ante cualquier rescate que se lleve a cabo.
Tras
permanecer en casa durante meses, todos estamos naturalmente ansiosos
por reanudar en algún grado nuestra vida social en cuanto sea
posible. Hay debates legítimos sobre cuándo y bajo qué condiciones
es más seguro hacerlo. Lo que no es legítimo es ignorar o negar
deliberadamente los peligros sólo para que las empresas puedan
reanudar su actividad y los políticos puedan ser reelegidos. La
revelación más gruesamente esclarecedora de toda la crisis ha sido
ver cómo los expertos y los políticos declaraban abiertamente que
sería una compensación aceptable que millones de personas muriesen
si eso es lo que se necesita para “salvar la economía”. Esta
admisión de las prioridades reales del sistema puede resultar
contraproducente. A la gente se le ha dicho toda la vida que esta
economía es inevitable e indispensable, y que si le dan rienda
suelta finalmente funcionará para ellos. Si empiezan a verla como lo
que realmente es (un juego económico amañado que permite a un
pequeño número de personas controlar a todos los demás en el mundo
a través de su posesión y manipulación de trozos de papel mágico),
pueden concluir que necesita ser reemplazada, no salvada. “Una vez
que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía de
hecho depende de la sociedad” (Guy Debord, La sociedad del
espectáculo).
En este
punto me gustaría dar un paso atrás y mirar lo que considero el
aspecto más significativo de toda esta situación: la experiencia
del cierre en sí misma. Esta experiencia no tiene precedentes, y
cambia tan dramáticamente de un día para otro que todavía no
sabemos qué pensar de ella. Seguimos esperando en secreto
despertarnos y descubrir que sólo fue una pesadilla, pero cada
mañana sigue ahí. Pero a medida que nos hemos ido acostumbrando a
ella, nos entrega sus propias revelaciones.
Toda
pausa abre un tiempo para reflexionar sobre nuestras vidas y
reevaluar nuestras prioridades, pero saber que todos los demás lo
hacen al mismo tiempo da a estas reflexiones un enfoque más
colectivo. Esta pausa sacude nuestros hábitos y presunciones
habituales y nos da a todos y cada uno de nosotros una rara
oportunidad de ver nuestras vidas y nuestra sociedad bajo una nueva
luz. Dado que cada día trae nuevas noticias, todo parece acelerarse;
sin embargo, muchas cosas se han detenido, o al menos se han
ralentizado drásticamente. Parece a veces que todo ocurre a cámara
lenta; o que todos hubiéramos estado caminando dormidos y nos
hubiéramos despertado de repente, mirándonos unos a otros con
asombro ante la nueva y extraña realidad, y su contraste con lo que
antes considerábamos normal.
Nos
damos cuenta de lo mucho que echamos de menos ciertas cosas, pero
también de que otras no las echamos de menos en absoluto. Muchas
personas han señalado (generalmente con una vacilación medio
culpable, ya que por supuesto son muy conscientes de la devastación
que está ocurriendo en la vida de muchas otras personas) que
personalmente están apreciando la experiencia en algunos aspectos.
Todo está mucho más tranquilo, los cielos están más claros,
apenas hay tráfico, los peces están regresando a las vías
fluviales anteriormente contaminadas, en algunas ciudades los
animales salvajes se aventuran a recorrer las calles vacías. Se ha
bromeado mucho sobre cómo aquellos a quienes les gusta la vida
contemplativa tranquila apenas notan ninguna diferencia, en contraste
con las frustraciones y ansiedades de aquellos que están
acostumbrados a estilos de vida más gregarios. En cualquier caso,
les guste o no, millones de personas están recibiendo un curso
intensivo de vida enclaustrada, con horarios diarios repetidos, casi
como los monjes de un monasterio. Pueden continuar distrayéndose con
entretenimientos, pero la realidad sigue trayéndoles de vuelta al
momento presente.
Sospecho
que la frenética prisa de algunos dirigentes políticos por “volver
a la normalidad” lo antes posible no sólo se debe a evidentes
razones económicas, sino también a que tienen la vaga sensación de
que, cuanto más dure esta pausa, más gente se desprenderá de las
adictivas actividades de consumo de su vida anterior y se abrirá a
la exploración de nuevas posibilidades.
Una de
las primeras cosas que mucha gente ha notado es que el
distanciamiento social, por frustrante que pueda ser en algunos
aspectos, irónicamente está acercando a la gente espiritualmente.
Mientras que las personas empiezan a apreciar de manera distinta lo
que los demás significan para ellas, comparten sus pensamientos y
sentimientos más intensamente y más ampliamente que nunca —
personalmente a través de llamadas telefónicas y correos
electrónicos, colectivamente a través de las redes sociales.
Muchas
de las cosas que se comparten son, por supuesto, bastante modestas y
ordinarias: asegurarnos de que lo estamos haciendo bien (o no),
comparar notas sobre cómo tratar éste o aquel problema, recomendar
películas o música o libros de los que nos hemos estado dando un
atracón. Pero la gente también está haciendo memes, chistes,
ensayos, poemas, canciones, sátiras, parodias. Por muy amateur que
sean muchas de estas cosas, el efecto conjunto de miles de estas
expresiones personales compartidas en todo el mundo es en cierto modo
más impactante que ver actuaciones profesionales en circunstancias
normales.
Los
mensajes más simples y comunes en las redes sociales han sido los
memes: frases cortas e independientes o pies de foto añadidos a las
ilustraciones. En contraste con los vehementes eslóganes políticos
tradicionales a favor o en contra de algo, estos “memes” suelen
tener un tono más inexpresivo con un giro irónico, dejando que el
lector descubra las contradicciones que se revelan.
Es
interesante comparar estos memes con las expresiones populares de
otra crisis de hace poco más de cincuenta años, como el graffiti de
la revuelta de mayo de 1968 en Francia. Hay algunas diferencias
obvias en el tono y el contexto, pero en ambos casos hay una
maravillosa mezcla de humor y perspicacia, ira e ironía, indignación
e imaginación.
La
crisis de 1968 fue provocada intencionalmente. Una serie de protestas
y peleas callejeras de miles de jóvenes en París inspiraron una
huelga general salvaje en la que más de diez millones de
trabajadores ocuparon fábricas y lugares de trabajo en toda Francia,
cerrando el país durante varias semanas. Cuando miras el graffiti,
puedes percibir que estas personas estaban haciendo activamente su
propia historia. No se limitaban a protestar, sino que exploraban,
experimentaban y celebraban, y esos graffitis eran expresiones de la
alegría y la exuberancia de sus acciones.
Nuestra
situación actual se asemeja a la anterior en el sentido de que de
repente prácticamente todo se ha paralizado, dejando a la gente
mirando a su alrededor y preguntándose: ¿Y ahora qué? Pero durante
mayo de 1968, cuando el gobierno se había retirado momentáneamente
(ya que era impotente frente a la huelga general), eso significaba:
¿Qué debemos hacer ahora? (¿Tomar el control de este edificio?
¿Volver a poner en marcha esta fábrica bajo nuestro propio
control?). En nuestra situación, que es más pasiva, eso significa
principalmente: ¿Qué va a hacer el gobierno a continuación?
¿Cuáles son las últimas noticias sobre el virus?
Los
memes que se están compartiendo durante la presente crisis reflejan
esta pasividad. En su mayoría expresan las reacciones de la gente al
encontrarse en una situación desagradable que no eligieron, y mucho
menos provocaron. Algunos trabajadores de primera línea están en
huelga, pero sólo esporádicamente, por desesperación.
Prácticamente todos los demás se quedan en casa. Pueden denunciar
atropellos, o abogar por políticas que podrían mejorar las cosas, o
apoyar a los políticos que esperan que implementen tales políticas,
pero lo hacen desde la periferia. La participación se limita a
aspectos como la firma de peticiones o el envío de donaciones,
aunque se mencionan ocasionalmente cosas que la gente puede hacer una
vez que seamos libres de salir a las calles de nuevo.
Al mismo
tiempo, sin embargo, millones de personas están utilizando esta
pausa para investigar y criticar los fiascos del sistema, y lo hacen
en un momento en que prácticamente todos los demás están
obsesionados con lo mismo. Creo que este primer debate mundial sobre
nuestra sociedad es potencialmente más importante que la crisis
particular que lo desencadenó.
Admito
que es una discusión muy confusa y caótica, que tiene lugar dentro
del aún más caótico ruido de fondo de las preocupaciones
individuales de miles de millones de personas. Pero lo importante es
que cualquiera puede participar cuando quiera y tener potencialmente
algún impacto. Pueden publicar sus propias ideas, o si ven alguna
otra idea o artículo con el que están de acuerdo, pueden enviar por
correo electrónico el enlace a su red de amigos o compartirlo en
Facebook u otras redes, y si otras personas están de acuerdo en que
es pertinente, pueden a su vez compartirlo con sus amigos, y así
sucesivamente, hasta que en pocos días millones de personas lleguen
a ser conscientes de ello y puedan seguir compartiéndolo o adaptarlo
o criticarlo.
Este
debate está, por supuesto, lejos de ser un proceso democrático de
toma de decisiones. No se está decidiendo nada más que las vagas
fluctuaciones de popularidad de este o aquel meme o idea. Si de esta
crisis saliese un movimiento mundial importante, tendrá que
desarrollar formas más rigurosas de determinar y coordinar las
acciones que los participantes consideren apropiadas, y obviamente no
querrá que sus comunicaciones dependan de plataformas de medios de
comunicación manipulados de propiedad privada como ocurre ahora.
Pero mientras tanto tenemos que trabajar con lo que tenemos, en este
terreno donde prácticamente todos están ya conectados, aunque sea
superficialmente. Ya es un gran primer paso que todo el mundo pueda
influir personalmente en lugar de dejar las cosas a los líderes y a
las celebridades. Yendo más lejos, tenemos que ser conscientes de lo
que está sucediendo, de que lo que pasa dentro de nosotros y entre
nosotros contiene más promesas que todos los absurdos dramas
políticos que estamos observando tan atentamente.
Estas
ideas pueden parecer extravagantes, pero no lo son más que la
realidad a la que nos enfrentamos. La Organización Internacional del
Trabajo ha informado de que casi la mitad de la fuerza de trabajo
mundial corre el riesgo de perder sus medios de vida. Eso equivale a
1.600 millones de trabajadores de un total de 3.300 millones, un
trastorno social mucho más extremo que el de la Gran Depresión de
la década de 1930. No tengo ni idea de lo que saldrá de esto, pero
no creo que 1.600 millones de personas vayan a acurrucarse mansamente
a morir para que el juego de la estafa económica de la élite
gobernante pueda seguir prosperando. Algo tiene que pasar.
Pase lo
que pase, está claro que nada volverá a ser lo mismo. Como mucha
gente ha notado, no podemos “volver a la normalidad”. Esa vieja
normalidad era un desastre, aunque hubiese personas que vivían en
circunstancias lo bastante cómodas como para poder decirse a sí
mismas que no estaban tan mal. Además de todos sus otros problemas,
ya nos estaba empujando hacia una catástrofe global mucho peor que
la que estamos atravesando ahora.
Afortunadamente,
no creo que pudiéramos regresar aunque quisiéramos. Demasiada gente
ha visto ahora la locura mortal de esta sociedad con demasiada
claridad. Organizar un tipo diferente de sociedad — una comunidad
mundial creativa y cooperativa basada en la satisfacción generosa de
las necesidades de todos en lugar de proteger la riqueza y el poder
exorbitantes de una pequeña minoría en la cima — no es
simplemente un ideal, es ahora una necesidad práctica. (Mis propias
opiniones sobre cómo podría ser una sociedad así y cómo podríamos
llegar a ella se exponen en El placer de la revolución.)
El
coronavirus es simplemente un efecto secundario del cambio climático
(una de las muchas nuevas enfermedades que se están generando por la
deforestación y su consiguiente perturbación de los hábitats de la
vida salvaje). Si no actuamos ahora, pronto nos enfrentaremos a otras
crisis, incluyendo más pandemias, en condiciones mucho más
desfavorables, cuando el cambio climático y sus desastres asociados
hayan colapsado nuestras infraestructuras sociales y tecnológicas.
La
crisis del corona y la crisis del cambio climático son muy
diferentes en cuanto a tiempo y escala. La primera es súbita y
rápida — cada día de retraso significa miles de muertes
adicionales. La segunda es mucho más gradual, pero tiene mucha más
trascendencia — cada año de retraso probablemente signifique
millones de muertes adicionales, junto con una existencia miserable
para quienes sobrevivan en tales condiciones distópicas.
Pero
esta conmoción que estamos experimentando ahora es también una
oportunidad para un nuevo comienzo. Esperemos que un día miremos
hacia atrás y lo veamos como la llamada de atención que logró
hacer entrar en razón a la humanidad antes de que fuera demasiado
tarde.
BUREAU
OF PUBLIC SECRETS
17 de
mayo, 2020
Fuentes:
http://www.bopsecrets.org/Spanish/corona.htm